La vivienda flexible -flexliving- se consolida como una respuesta contemporánea a los nuevos modos de vida urbanos. Pero, ¿puede un modelo pensado para la movilidad generar identidad, emoción y pertenencia? El diseño y la arquitectura tienen mucho que decir.
Vivimos tiempos de tránsito. No solo geográficos, sino vitales, emocionales, existenciales. La vivienda, que durante siglos fue el símbolo por excelencia de la estabilidad, ha empezado a convertirse en un espacio provisional. Cambiamos de ciudad, de trabajo, de etapa. No siempre por elección. A veces por necesidad. Y, en medio de ese cambio, emergen nuevos perfiles sociales en tránsito: profesionales desplazados, nómadas digitales, personas en reinvención vital, o exploradores urbanos que aún no han encontrado su lugar.

Para todos ellos, el mercado residencial tradicional ya no basta. Tampoco el modelo hotelero. En este contexto aparece el flexliving, una tipología híbrida que combina la flexibilidad y los servicios propios de un hotel con la autonomía, intimidad y sentido de hogar de una vivienda. Se trata de una respuesta arquitectónica y operativa ante la creciente movilidad contemporánea.
Diferencias entre flexliving y coliving
A menudo se confunde el flexliving con el coliving, pero su alcance es más amplio y diverso. El coliving suele implicar una alta dependencia de espacios comunes y servicios externos. En cambio, el flexliving abarca desde fórmulas básicas hasta modelos más avanzados, donde cada usuario dispone de una vivienda completa y, además, accede a zonas compartidas diseñadas para favorecer el encuentro, sin forzar la convivencia. En todos los casos, hay un rasgo común: la gestión profesionalizada del edificio como un conjunto; lo que permite pensar la experiencia residencial de forma coherente, sostenible y ajustada a los nuevos ritmos de vida.
Ahora bien, esa misma eficiencia operativa puede convertirse en una trampa. Si el diseño se aborda exclusivamente desde la lógica de la estandarización, la repetición y la rentabilidad, el flexliving corre el riesgo de reproducir lo que Marc Augé definió como “no-lugares”: espacios sin historia, sin memoria, sin identidad. Lugares que funcionan, pero no emocionan. Viviendas correctas, pero sin alma.

Generar arraigo
Por eso, el verdadero reto no es solo programático, sino cultural. ¿Puede una vivienda flexible generar arraigo? ¿Puede diseñarse pertenencia sin permanencia? ¿Puede una arquitectura transitoria provocar vínculos reales? Algunos proyectos han empezado a demostrar que sí. Desde nuestro estudio, por ejemplo, desarrollamos para Kronos el modelo STAY, una plataforma de vivienda en alquiler que incorpora muchas de estas claves, y que hoy se ha consolidado como una referencia nacional.
En este y otros proyectos similares, el diseño deja de ser solo una respuesta funcional para convertirse en una herramienta emocional: recorridos cuidados, accesos que introducen atmósfera, vegetación que suaviza, materiales que dialogan con el contexto, y arte local que vincula cada edificio con el lugar que lo acoge.
Se trata de huir de la neutralidad, de evitar que la flexibilidad derive en indiferencia. Porque, cuando todo se parece, nada se recuerda. Lo repetible puede tener carácter si está lleno de intención. Lo modular puede ser también lo emocional.

El papel de la arquitectura
La arquitectura tiene aquí un papel determinante. No basta con ofrecer estancias listas para vivir. Es necesario que esos espacios hablen, acojan, conmuevan. Que sean capaces de generar comunidad sin imponerla. Que permitan al usuario, aunque solo esté unos meses, reconocerse en el lugar. Vivir, no simplemente pasar.
El flexliving, bien entendido, puede ser una palanca hacia un modelo urbano más denso, más sostenible y más inclusivo. Puede reequilibrar zonas infrautilizadas, reducir la huella constructiva, integrar nuevos perfiles sociales. Pero todo esto solo será posible si se proyecta desde una mirada arquitectónica profunda, que no pierda de vista el vínculo entre la persona y el espacio.
En tiempos donde lo transitorio se ha vuelto estructural, no basta con dar soluciones funcionales. Necesitamos construir lugares con significado. Frente a la amenaza del no-lugar residencial, el flexliving tiene la oportunidad y la responsabilidad de demostrar que la movilidad y la identidad no son conceptos incompatibles. Que, incluso en movimiento, todos necesitamos sentirnos en casa.
Texto: Jesús Gallego, ADORAS Atelier