Ganas de ferias, de las de ver, tocar, y oler. De las que despiertan los sentidos. Y sorprenden. Y fascinan. Que no digo yo que no esté bien una feria digital donde conocer cómodamente el producto desde el salón de tu casa o el sillón de tu oficina. Al fin y al cabo, pandemia obliga. Pero a veces, muchas, la digitalización está reñida con los sentidos, con las emociones que puede llegar a despertar una exposición de novedades en un amante del diseño.

Y si se trata de amor, ya lo decía Benedetti, no te salves, no te duermas sin sueño, no te pienses sin sangre, no te juzgues sin tiempo. Porque el amor no se vive a través de una pantalla, el amor se siente, se toca, se huele, se oye y hasta se saborea.

Creo que por eso echo tanto de menos las ferias presenciales. Es una cuestión de amor, o de pasión, que a veces se entreveran y confunden.  

Un despliegue de creación, de materiales, formas y acabados, de usos y funciones, de geometría y organicidad, de colores y texturas… a través de internet acaba siendo como una sesión de cibersexo. Puede ser sustitutivo en un momento dado, pero dudo que pueda competir con ver, tocar, oler, oír y saborear el presencial.

Volverán. Y pronto. Porque son imprescindibles e insustituibles. Se perfeccionarán con nuevos formatos virtuales, que, como complemento, sumarán atractivos hasta ahora inexplorados. Una nueva configuración nos sumergirá de lleno en la interacción con el espacio digital desde el escenario físico, como en el mundo futurista que hace décadas imaginamos. Pero sin coches voladores ni robots humanoides, al menos por ahora.

Valencia, Milán, París, Colonia… Gracias por el esfuerzo que os trae a nuestras pantallas cuando nada es posible. Pero qué ganas de volver a veros, tocaros, oleros… sentiros.